Ojalá se cayera whatsapp todos los días
Ayer se cayó whatsapp a nivel mundial, junto con las otras redes sociales de su grupo. Fuera del stress inicial de no poder confirmar a los pacientes (por mi mente jamás paso la posibilidad de llamar por teléfono. *PLOP de Condorito*), confieso que mi día fue bastante relax y productivo. No tener disponible la distracción del teléfono me permitió concentrarme y salir de varios pendientes que tenía acumulados.
Pero lo que más me llamó la atención fue que, al no haber podido mensajear con mi hija durante el día, cuando llegué a casa tuvimos varias conversaciones largas y significativas. Ella tiene tres años, y le gusta mandarme audios contándome cosas. Intercambiamos algunos cuantos audios en el momentito que estoy entre pacientes, y nos da la sensación de estar en contacto.
Y es que estar en contacto no es lo mismo que estar conectados. Se me ocurre que es como el efecto que tiene picar durante el día y luego no tener hambre a la hora de la comida, versus sentarse a comer propiamente. Tener la posibilidad de chatear brevemente con alguien en pequeñas dosis puede dar la sensación de que ya sabes de la persona, sin verdaderamente estar sintonizados.
Don’t get me wrong; no estoy en contra de las redes. Me encanta mandar memes y cositas que me recuerdan a alguien. A Maru le mando cosas de caballos, a Ana Lorena le mando cosas de arquitectura, a Samantha le mando cosas de maternidad. Es un poquito de “estoy pensando en ti”, que me parece lindo e importante. Pero la caída de ayer me hizo darme cuenta que las redes sociales están ocupando un poco más de espacio en mis relaciones, del que me gustaría.
Ayer, al no tener la opción de mensajear, sentí muchas ganas de saber de mis seres queridos. O sea que aunque yo pensara que estamos super conectados porque chatteamos de vez en cuando, realmente tengo mucha sed de conexión.
Note to self: el teléfono sigue existiendo.