La motivación no es suficiente
La mayoría de las personas trata de mejorarse a si misma. Buscamos ser más felices, más sanas, más plenas. Sabemos lo que podemos mejorar y nos proponemos cambios. Tenemos una imagen de cómo nos gustaría ser. Tenemos una motivación, un por qué, un “allá quiero llegar”.
El problema con la motivación es que es fluctuante. Es pasional. La motivación depende de cómo te sientes y qué necesitas en el momento presente. Las motivación es “las ganas de…”.
El precursor del cambio es la acción. Y la motivación solita no necesariamente te lleva a la acción constante y sostenida que se requiere para lograr cambios de hábitos significativos. El motor que transforma la motivación en acción, es la disciplina.
Si la motivación es el por qué, la disciplina es el qué.
La disciplina es lo que te lleva a tomar las decisiones correctas en la dirección de tus metas a largo plazo, a pesar de que en el momento presente se sientan difíciles y lejanas. La disciplina es lo que te hace ir al gimnasio cuando en realidad tienes ganas de dormir un poco mas. Es la que te hace pedir pechuga a la plancha cuando en verdad tienes ganas de comer pizza. Es la que te recuerda dejar el almuerzo preparado el domingo, para no tener que salir a comer en la calle durante la semana.
No se trata de ser robots y no disfrutar la vida. Pero cuando hicimos nuestras resoluciones de principio de año, sabíamos que queríamos hacer cambios para lo mejor. Estábamos claras en el por qué. Pero cuando el ímpetu inicial de la motivación comienza a flaquear, la disciplina nos recuerda: “¿Qué es lo mejor para mí?”.
¿Con qué acciones estas dispuesta a comprometerte, para lograr tus objetivos?
“Sólo las personas disciplinadas son realmente libres.
Las indisciplinadas son esclavas de los cambios de humor, de los apetitos y las pasiones.”
-Stephen Covey